Memorias de un estudiante calavera: La cafetería
Creo que por la mañana hay olor a churros y un ajetreo de profesores y mochilas, lucha a muerte con la somnolencia y portátiles enchufados a la vida. Pero yo sólo lo sospecho, porque suelo llegar a eso de las 6 de la tarde, con la cafeta vacía y las camareras de buen rollo, que bromean entre ellas mientras se acerca su hora de irse a casa. Pido mi cerveza a precios populares, aparco la mochila en una silla y empiezo a filosofar con Gabi hasta que arreglamos el mundo. Las camareras van acotando con sillas el área que luego friegan, van conquistando baldosas y asediando nuestras posiciones hasta que no nos queda más remedio que rendirnos y huir con nuestros tercios a otras tierras.
Tiene gracia lo de las cervezas. El año pasado fueron Águila Amstel, y el anterior creo recordar que eran de Heineken. Los de ahora son de Mahou clásica, frescor dorado y ligeramente amargo que premia nuestra huída del laboratorio, o de física, o de economía, qué mas da. Tocas el vidrio frío que acaba de aterrizar desde el otro lado de la barra y sientes que se relajan tus neuronas. Después juegas con la etiqueta hasta despegarla, como un rito obsesivo que intenta desnudar lo que se deje.
Algunos días cae un segundo tercio. Muchos otros no.

Por fin escribes algo.
Y a mí que no se me ocurrió nunca pedir cerveza en la cafetería…
Todavía sueño con una novela en capítulos publicados en el Dudas, goteando entre las paredes de mi habitación, salpicando como la lluvia en mis ojos marrones y pequeños. Sí, una novela de un tal ingeniero, escritor irrelevante ya promesa que podría haber sido un grande, como Umbral, Camilo Jose Cela, Borges y hasta incluso amigo de un tal Perez Reverte. Me explotarían en mi alma cada página, pasarlas entre mis finos dedos, ya que siempre he dicho y diré que tengo como amigo uno de los mejores escritores de mi quinta. No sé que falta, si será un impulso como relámpago, si será pereza dormida como las amapolas o si será el tiempo, falto de un escritorio vació de todo pero provisto de ideas hechas realidad, pero todavía sueño con un paquete a mi nombre de una novela vendida por millones de un tal P. Daniel Carrillo, que se la enseño a mis amigos porque me la han dedidaco de puño y letra, mientras viajo por el mundo.
Sueño sueño porque es gratis, y me alquilo para soñar.
pues sí que hemos cambiado en 7 años….
Gracias amigos. Este texto lo escribí hace unos meses. Últimamente estoy completamente estéril.
Esa evolucion cervecera define bien lo que eres (o fuiste) jeje.
Escribe más, cabronazo! Aunque sea sobre la esterilidad…
Hago cuentas de las cervezas que disfrute durante la universidad y se me hacen pocas.
Con cada una de ellas recibí lecciones, que no se impartían en ninguna de las clases. Desvestir botellines se hizó tradición y de ella aprendí bastante. Aprendí a escuchar, a hablar, a ver el interior de los ambientes. A conocer a la gente y ver distintas formas de pensar, sentir y vivir.
En la universidad aprendí muchas cosas. Algunas de ellas útiles otras inútiles. Creo que descuide un tanto mi aprendizaje a base de tercios.
Afortunadamente, ahora tengo todo el tiempo del mundo para enmendar esa acción.
PD: Daniel, terciate a tercios que te inviten a la acción de terciarte a seguir escribiendo.
Este texto fue ideado para ser leído en la radio. El plan era hacer una serie de textos sobre la vida universitaria, en presente y en primera persona, para grabarlos y que fueran saliendo aleatoriamente en la radio de la universidad. Hice sólo dos o tres. Me pregunto por qué empecé por la cafetería.