Hoy en mitad de la noche
se ha despertado la niña.
La he tomado entre mis brazos,
tratando estoy de dormirla.
Mientras tanto voy pensando
en otra cosa distinta;
la mente va hacia una casa
que se aleja de mi vida.
Es una casa muy grande,
mucho recuerdo ha guardado.
Si cierro fuerte los ojos
veo cosas del pasado:
estoy allí de repente,
mi abuelo me está enseñando
cómo se pela una fruta,
cómo hacer sopas de ajo,
cómo cepillar madera,
cómo fabricar un carro,
cómo se afila un cuchillo,
cómo se pinta otro cuadro.
Vuelo al salón con mi mente,
hasta el sofá estoy llegando
y veo a la Yaya tumbada
mirando Doctor Zhivago.
Años atrás le habría dicho
con Nazaret de la mano:
¡danos, Yaya, un beso grande
que nos lo hemos ganado!
Y años después otra cosa
decirle, Yaya, podría:
Cuenta conmigo mañana
que me apunto a la comida,
ponme las setas de siempre,
la costrada es cosa mía.
Es una casa muy grande
o eso a mí me parecía
cuando siendo tan pequeño
sus pasillos recorría.
Tiene un salón gigantesco.
¡Cómo de grande será
si caben cien cumpleaños,
mil visitas, Navidad,
los mejores campanadas
que nunca podré soñar!
[Salimos a la terraza:
el cielo está iluminado
de fuegos artificiales
uno tras otro estallando]
Tiene un pasillo muy largo;
hacia el fondo, a la derecha,
hay un taller de artesano,
huele a serrín y a madera.
Y hay otro cuarto allí al lado
y en el centro hay una mesa:
Píntame aquí un futbolista,
dibújame una princesa.
Desde la pared os mira
un niño sin camiseta.
Y entonces me pongo triste,
recuerdo lo que ha pasado,
la casa ya no es la misma,
la casa se ha vaciado.
Pronto no iré más a verla.
Me tengo que ir olvidando
de bajar los siete pisos
junto a Javier de la mano.
No son buenos, cuando llegan,
estos negros pensamientos,
¿nos queda grande la casa,
nos queda grande el ejemplo?
Me hubiera gustado ser
otro más digno heredero
Ciertas noches el silencio
hiere y yo por dentro temo
no haber estado a la altura,
no haber tomado el relevo.
¿De qué tristes pensamientos
estás intentando hablar?
Sufro por todas las piedras
que no he sabido enterrar
y por ese último abrigo
que nunca podré llevar.
Por no haber llamado antes,
por haber llegado tarde,
por no haber ido ese día
a la salida de misa
a acompañar al abuelo
hacia su último vuelo.
Lanza un suspiro la niña
que rasga dulce el silencio;
a punto está de caer
en brazos del dios Morfeo.
Ahora mismo hacia la cuna
te lleva papá, mi cielo,
duerme tranquila, mi vida,
será tan sólo un momento.
Tengo que estar a la altura.
Tengo que ser un buen nieto.
Tengo que pensar en algo,
algo que salga de adentro,
algo que conjure y venza
al temor y al sufrimiento.
¿Y si encarcelo ese miedo
con los barrotes del verso?
Podría tejer un poema,
podría encontrar las palabras,
podría ordenar a mi antojo
los recuerdos en la casa,
mezclar edades y escenas,
como en sueños visitarla,
imaginar que están vivos
los abuelos y nos hablan.
Y así escribir, por ejemplo,
que voy contigo a la casa,
subimos los siete pisos,
tras la puerta acorazada
ya está el abuelo diciendo
pasa, Carmencita, pasa,
voy a enseñarte un besugo,
dibujaremos un mapa,
repasaremos las cuentas
calculando con naranjas.
Mientras el atardecer
se ve desde mi terraza
te contaré un viejo cuento,
si la mente no me falla:
Dijole el trigo al centeno:
cañas vanas, cañas vanas.
Al ajedrez jugaremos
y, antes de irte, la Yaya,
se acercará hasta el cajón,
y volverá con la paga.
Y de repente en la noche
ya solo queda el silencio.
La niña sonríe dormida
con el más plácido sueño.
Yo siento como respira
y ya me pongo contento.
Después la dejo en la cuna,
le doy un beso y me duermo.
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