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KAMIKAZES (1 DE 3)

agosto 8, 2008 8 comentarios

La ambulancia pasaba como un ave fenix por La Castellana saltándose todos los semáforos en rojo, eran las dos de la mañana de un lunes lluvioso de abril, había una bruma en la atmosfera que recordaba al alma de un muerto cuando se te mete en el cuerpo. Él estaba medio tumbado agonizando, tenía los ojos abiertos de dolor y sangraba como un cochino cuando lo sacrifican de un estacazo en la nuca. El enferemero de la UVI al verlo directamente le dio por muerto. Le puso la sabana de aluminio y bendijo un padre nuestro por si algo existía en el más allá para sacarlo del infierno. En el lugar del suceso seguía sonando en un cd/mp3 la música de Ricardo Cocciante a todo volumen, parecía que en el lugar del choque todavía quedaba alguien por testificar y nadie se atrevía a entrar en lo que quedaba de lo que fue un Renault Megane 16V.

El coche parecía una estatua abstracta colgada de una farola, las ruedas habían volado literalmente por el cielo de Madrid y el motor desteñía La Castellana de un humo negro aparatoso. Nadie se explicaba como en una recta de cuatro carriles un chico tan joven podía haberse estrellado contra una farola, y haber acabado casi abrazando una estatua, parecía como si el muerto hubiese querido llegar a besar a esa Venus que sonreía. Todo apuntaba que se había quedado dormido, según decían los pocos vecinos de la zona que habían bajado en pijama. Pero el enfermero que fumaba de forma automática pensaba que la música tan alta no se había subido después del golpe, todo le daba que pensar mientras miraba sin miedo al cuerpo del kamikaze. Una chica que aparentaba 28 años y había bajado en camisón inmedatamente después de escuchar el siniestro gritaba de impotencia, no se explicaba como podía ir a 160km/h y no haber intentado frenar antes, ese chico que había salido volando por detras del cristal del maletero como si fuera una maleta de un avión en marcha.

El enfermero un verdadero luchador callejero, le rompió la camisa con sus propias manos agrietadas, le puso la mascarilla de oxígeno en la cara y le clavó una inyencción directa al corazón para intentar recuperar la respiración, mientras le decía «no te mueras hijo de puta, no te mueras, eres todavía muy joven para comprender el amor y la vida, cabrón no te me mueras por mis cojones».Decidió no dar por muerto a ese chico de 24 años que expulsaba sangre por la boca pero milagrosamente de vez en cuando hacia intentos invisibles por respirar.

El sonido de la ambulancia se metía por todas los dormitorios de Madrid, mientras se perdían como un pájaro en la bruma, todo parecía tan muerto como un Sócrates sangrante,…

Sombras en un Madrid nocturno

continuará…