Recuerdos III

Me atestiguan que nací en algún momento del mes de septiembre del año 85, por aquel entonces mi hermana ya tenía un año y medio y yo no recuerdo nada. Un día se hizo la luz en mi cabeza y me ubiqué espacio-temporalmente aunque sin tener mucha idea de qué es un país y eso que dicen de ser español (aunque lo soy y a mucha honra y con gran dolor también, a veces).

Siempre sentí profunda admiración por papá. Ese tío grande que te hablaba con delicadeza y sentías que eso le hacía más grande aún. Recuerdo a papá escuchando SU música clásica, o tomando SU té con un poco de leche y un poco de miel. Papá siempre fue un tipo elegante, educado, paciente y pulcro. Le podías ver manejando un soldador de estaño, un destornillador, una llave inglesa y poco después aliñando una ensalada. A papá siempre le gustó la comida vegetariana y las cosas del campo.

Nunca entendí la manía de los niños de ser más fuertes unos que otros en todos los sentidos. Muchos contemplaban como un triunfo inmortal marcar un gol, pisarle la cabeza a otro o humillarle de cualquier manera hasta hacerle llorar. Recuerdo que hasta que no llegué a 3º de la ESO no pude identificarme apenas con nadie; y mi infancia la recuerdo solitaria, ensimismada y decepcionante. Si se observa el tiempo que hemos perdido y el que nos hicieron perder por otro lado, llega uno a deprimirse violentamente.

Recuerdo perfectamente las cosas que adoraba de pequeño: Las pelis de ninjas (de chinos en general), los tebeos (especialmente mortadelo y filemón), los libros de curiosidades, la música (empezando por los Beatles), los petardos (me encantaban las explosiones) y ver a papá haciendo cualquier cosa.

Si hubiera de reseñar algo en particular de mi etapa en el instituto serían sin duda dos cosas: el enamoramiento y la amistad. En el instituto hice mis primeros amigos, algunos para siempre, otros que se fueron, otros que se diluyeron… y experimenté eso que conocen los psicólogos como el «amor romántico». Yo llevaba ya tiempo esperándola a «ella». Un «ella» tan genérico como particular. No me enamoré de muchas, pero aquellas en que me fijé me subyugaron completamente; algunas jugaron conmigo a sabiendas, y es que las niñas con 14 años saben latín, y los niños pues… digamos que no es nuestro punto fuerte. Y sin embargo, ¿no es genial idolatrar a alguien? llegar a casa y escribir y desear y añorar. ¿No es genial cuando dice Lope «Desmayarse, atreverse, estar furioso / áspero, tierno, liberal, esquivo, (…)»? Algunos poetas son maravillosos en la genialidad de permanecer en la adolescencia, como les ocurre a los perros, siempre fieles, nobles, encendidos y prestos a la exaltación. Algunas de ellas nunca abandonarán mis recuerdos.

Ya con 19, me enamoré de una adolescente de 16 años que me escribió el estribillo de una canción entre dos rosas negras de espinosos tallos entrelazados. ELLA era una chica con una naturalidad pasmosa; el primer día que nos vimos frente a frente, aquélla primera vez, ELLA se acercó y me acarició el pelo, sencillamente porque «tenía muchas ganas de hacerlo».

A veces me pregunto si volveré algún día a ese mundo fantástico, erótico, estético, luminiscente… si volverán las oscuras golondrinas, y la maravilla de una melena con tirabuzones que me quite el sueño. «Tengo que leer más» pone en mi pizarra; regreso el día 5 a mi hogar de siempre, un poco preocupado por eso de si me habré acostumbrado demasiado a vivir solo, y más aún por eso de si la vida no será tan alegre y tan triste como antes. Algo habrá que hacer, aún hay tiempo.